miércoles, 3 de septiembre de 2014

El susurro de lo ordinario

Relata el libro de los Reyes (19, 9a. 11-13a) un encuentro de Dios con el profeta Elías:
"En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo:
-«Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va pasar! »
Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hizo trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapo el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada da la cueva"
.
Elías se tapa el rostro porque los israelitas pensaban que la majestad de Dios era tal que ningún hombre podía ver a Dios sin morir inmediatamente, por lo que el relato demuestra que Elías sabía que en la brisa estaba Dios.

De todos los fenómenos naturales que se describen, Dios elige la brisa para hacer significativa su presencia. Podía haber elegido lo grandioso, lo estruendoso, lo destructivo del mundo, pero elige la brisa, lo más amable, refrescante y suave.

En nuestra vida pasa algo parecido. Dios se manifiesta en cada acontecimiento ordinario de nuestra vida, pero no debemos esperar huracanes porque la Divinidad se nos hará presente en el delicado susurro de lo ordinario: basta con aplicar el oído y huir del ruido que nos circunda.

Vero.

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