Así dice el Señor:Quizás sea inevitable ponerse nerviosos ante la inseguridad de la vida, vengan de dentro o de fuera. Por muchos bienes que se posean siempre cabe preguntarse qué comeremos o con qué nos vestiremos, algo que nos narran los evangelios, pero esto solo es un indicador de nuestra falta de confianza en Dios.
«Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde.
¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.»
Así actuamos como si todo en nuestra vida dependiera exclusivamente de nosotros.
Esa inseguridad no solo nos informa sino que nos grita la realidad de nuestra existencia: dependemos de Dios, afortunadamente.
Por eso, la actitud sensata es prestar oídos a Dios porque el susurro de sus palabras en nuestros oídos, una vez acogidas, producen la vida. Una vida eterna porque su alianza es eterna, porque él nunca vuelve su rostro. Aunque estés cansado o agobiado, siempre debes acudir a Él.
Ahora bien, ¿acudirás a la escucha? ¿Pondrás atención a lo que oigas?
Vero.
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