sábado, 6 de septiembre de 2014

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo (salmo 30)

Sigue diciendo el Salmo 30:
"Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame.
A tus manos encomiendo mi espíritu;
tú, el Dios leal, me librarás.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mí aflicción.
Líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia".
¿Quiénes son tus enemigos, esos que te persiguen? Piénsalo bien.
¿Son enemigos ajenos esos que habitan tu interior? Aunque te opriman algunas circunstancias externas, nada aflige más que el desasosiego que viene del interior: la constatación de la podredumbre del propio corazón, la consternación producida por el pecado, el aroma de la miseria.
¿Y qué más te da que te persigan esos enemigos cuando quien te lo puede reprochar hace gala de su misericordia? Basta con ver el rostro de Jesús que sobrepasará nuestra indigencia y nos aportará la luz del camino.
Pero para ver hay que querer mirar: si pones esto de tu parte...

Vero.

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