La paz es un fruto del Espíritu Santo. La mansedumbre es nuestra misma paz, experimentada desde sus atalayas personales por quienes nos rodean: su proyección hacia el exterior.
El Romano Pontífice acaba de celebrar un encuentro de oración en los jardines vaticanos para pedir la paz entre cristianos, católicos y ortodoxos, musulmanes y judíos: una nueva Pentecostés.
El Espíritu Santo concede la paz a las personas, a cada hombre, a cada mujer, no a las sociedades, porque la paz es un fruto interior. Si no tienes en ti mismo paz interior, ¿cómo vas a transmitir eso que no tienes a los que te rodean?
La conciencia se repara en el sacramento de la Misericordia, pero una vez arreglados los desaguisados de conciencia que usurpan la paz interior, no permitas que los problemas, las miserias o las preocupaciones te roben esa paz.
No lo consientas.
Y cada día, agradece y pide para ti, los tuyos y el mundo la paz que Cristo nos dejó cuando nos dijo: "La paz os dejo, la paz os doy...".
Vero.
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