Es frecuente que condicionemos nuestros afectos a través de los de los demás. Así cuando queremos al hijo de un amigo, atraemos sin pretenderlo el aprecio de su padre o de su madre por nosotros; porque nos esforzamos en querer lo que esos padres aman.
De modo semejante, cuando nos esforzamos en amar a María, atraemos significativamente el amor del Espíritu Santo con quien está desposada.
Dios le pone a todo amor una casa y la del amor entre María y el Espíritu es la misma Trinidad.
En ese templo divino debes alojarte.
María es la puerta de entrada.
Vero.
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