Por la mañana, nada más despertar y conseguir el suficiente acopio de conciencia, dirgiré mi pensamiento y palabras al Señor y le diré: "Hoy, te serviré".
Luego, conforme avance el día, las circunstancias o la propia comodidad intentarán invalidar mi intención primigenia y tendré necesidad de rectificar la intención una vez y otra, y otra más; porque yo, Señor, hoy quiero servirte.
Y caerá el día y es posible que haya jornadas, una y otra, en las que la conciencia me alerte y me recrimine que no he servido como había prometido.
Entonces, dolido y confiado, pediré perdón a Dios y cerraré los ojos esperando una nueva singladura para con renovada ilusión volver a decirle al Señor: "Hoy, también te serviré".
Serviam!
Vero.
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