Repite otra vez: "...santificado sea tu nombre".
Y otra: "...santificado...", "... tu nombre".
¿No comienzas a notar la dulzura de esas palabras?
Tienes el paladar astragado si no consigues apreciar los aromas que traen al corazón esta petición de la oración dominical que Jesús mismo nos enseñó.
Pero, no te asustes: si te ocurre así, puedes darle la vuelta a estas palabras y pedirle al Padre, que en virtud de su nombre, te santifique a ti, que aún eres incapaz de saborear su Palabra.
Vero.
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