Tercer día de la octava del Corpus Christi:
Jesús ha sido invitado a un boda en Caná de Galilea. Acude al acontecimiento acompañado de algunos de sus discípulos y de María, su madre. Las previsiones de vino para el banquete han sido fallidas y amenaza un cierto oprobio para los nuevos esposos, que no podrán cubrir las expectativas de sus invitados.
María se da cuenta de la situación. Es capaz de percibir el problema. No conoce la solución, pero vive de la fe. Jesús mismo declara que todavía no ha llegado su hora y que, por tanto, aún no debe manifestarse públicamente como lo que es, el Hijo de Dios.
Pero María, movida por su fe, le dice a Jesús: "No tienen vino".
Es terrible no tener vino. María, como confía en Dios, le hace a su Hijo una manifestación tan sencilla como escueta de lo que ocurre. No le dice a Jesús lo que tiene que hacer, no le presiona, no comercia con él: sencillamente se fía.
Él sabrá cómo proveer.
¿Cuántas veces al día le dices tu al Señor? No tengo vino, no tienen vino.
Y luego, confía.
Vero.
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