Continuando con el post de ayer, aquella mujer había dado más fruto del que parecía a primera vista.
Las continuas visitas de sus hijos y su marido a la residencia donde vivió sus últimos años hizo que aquellas personas conocieran y se relacionaran familiarmente con otros ancianos y enfermos que no tenían la suerte de aquella mujer porque o no tenían familiares o no les visitaban. Aunque aquellos ancianos lo ocultaban, la realidad cruda es que no solo se sentían sino que estaban solos.
Los hijos ayudaron a aquellos ancianos en todas sus necesidades, incluso para arreglar situaciones familiares descompuestas que terminaron en la reconstrucción de relaciones familiares que habían separado a los hijos de los padres semiabandonados.
Ahora que la madre había muerto y que ya no tendrían que volver por aquella residencia de ancianos, muchos de ellos sintieron de nuevo que la soledad les golpeaba: no solo habían perdido anteriormente a sus hijos sino que ahora perdían a los hijos de la difunta, que eran como de su propia familia.
Pero aquellos hijos, habían aprendido una lección importante, algo que su madre -sin intencionalidad- les había facilitado: ¿por qué iban a dejar de visitar a los ancianos porque su madre hubiera fallecido?
Ellos seguirían visitando a aquellos ancianos aunque su madre ya no estuviera allí.
Otro fruto del amor, hecho obra de misericordia.
Vero.
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