domingo, 13 de julio de 2014

Fruto del amor

Hace poco asistí al entierro de una mujer de edad avanzada que después de muchos años enferma acababa de fallecer. El curso de sus múltiples dolencias había ido limitando su autonomía hasta el punto de que llevaba muchos años totalmente inválida y necesitada de todo tipo de ayuda. Su marido, también muy mayor, y sus hijos acudían diariamente a la residencia especializada en los cuidados que precisaba para acompañarla y darle cariño: un día tras otro.

En el momento de enterrarla, el marido, con mucha dificultad por sus propias limitaciones y sin que apenas nadie lo advirtiera, hizo ademán de despedirse de su mujer alargando su mano para tocar el féretro mientras los enterradores iniciaban su descenso al seno de la tierra a la que volvía y de donde procedía.
¿Qué pasaría por el corazón de aquel buen hombre? Más de cincuenta años unido a aquella mujer, la mayor parte de los cuales conviviendo con la enfermedad.

Aquel gesto fue como el resumen de su vida: ¡Te vas y me dejas, pero espérame!
¿Qué es lo que aquella buena mujer le había ofrecido a su marido si la enfermedad la tenía tan limitada?
Reflexionando sobre ello, se hace presente que aquella mujer le proporcionaba a su marido la capacidad de querer, con un amor que no se entiende si no proviene de Dios, ese magnífico efecto del sacramento del matrimonio.

Aquel gesto imperceptible de tocar con la punta de los dedos la madera del féretro de su esposa era como un sacramental de su cariño, la rúbrica de una vida de servicio, el fruto del amor.
¡Cuándo aprenderemos a amar!

Vero.

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